En su afán por dar un nuevo sentido a la palabra poética en un momento concreto, a principios del siglo XVII, en que los cánones renacentistas estaban obsoletos, Góngora creó una estética innovadora y subversiva. En primer lugar aproximó la métrica castellana a la complejidad del hexámetro latino; a través del hipérbaton convirtió la sintaxis en un pequeño laberinto; con el empleo radical de cultismos y neologismos logró dar al idioma un gramaje nuevo y casi experimental en esta línea, las metáforas y los juegos conceptuales deslumbraron (y lo siguen haciendo) por su saturación informativa y por funcionar como un rompecabezas, según Dámaso Alonso, “para mentes despiertas y eruditas”. En definitiva, para contar la historia del peregrino que huye del mundo, Góngora llevó el lenguaje a unos extremos desconocidos hasta ese momento, y que todavía hoy resultan desconcertantes: una serie de soluciones formales que el propio Lope de Vega definió como “la desdicha de Babel”.
Desde el campo de acción de la informática, la literatura digital está reformulando el papel de la palabra. Y en este territorio Góngora-Babel es donde se sitúan los trabajos de Jason Nelson, Alan Bigelow, André Vallias, Isaías Herrero o Ainize Txopitea. Si para concebir una nueva lírica Góngora se valió de un uso temerario y casi disfuncional del hipérbaton o del neologismo, estos autores lo hacen poetizando el sonido, la imagen, los gráficos, el movimiento o el interfaz. Una combinación de soportes ajenos al libro que, sin embargo, dan al discurso poético una nueva textura, en este caso, una textura tecnológica. Por otro lado, si con las metáforas complejas, Góngora obliga al lector a tener frente al poema una postura activa, las obras de estos escritores-programadores también fuerzan al “lector” digital a interactuar con la pieza, a moverse por ella, a desvelar sus secretos. En realidad, el concepto de videojuego que practican Jason Nelson o Alan Bigelow no queda tan lejos de las trampas intelectuales que debemos sortear para entender y continuar la lectura de las Soledades.
Jason Nelson transforma las tipografías en módulos escultóricos dentro de unas creaciones dinámicas e inquietantes. Sus puntos de partida son la muerte, la ciencia, la enfermedad o el consumo desmedido: temas sobre los que construye un universo acelerado, interactivo y siempre con lo lúdico como telón de fondo. Un componente que también utiliza Alan Bigelow, aunque con unos parámetros estéticos más narrativos y menos abruptos. This Is Not A Poem es una obra maestra en el uso del texto, el movimiento, la interacción y la voz. Con planteamientos más cercanos al diseño gráfico y a la poesía visual, André Vallias se mueve en una propuesta conceptual, donde el verso cobra un sentido físico, a veces tridimensional. No hemos comprendido a Descartes es, en palabras de su autor, un diagrama abierto que sintetiza perfectamente su sensibilidad digital. Dentro de la literatura electrónica hecha en España, Isaías Herrero es uno de los autores más sólidos y Universo molécula quizá sea su trabajo más visionario. Este hipertexto funciona como un cruce de nodos-poemas, como un interfaz de moléculas que conectan las distintas partes de la obra y cuya escritura ramificada más que leerse, se navega. Un viaje metafísico a la materia donde no se pasan páginas, se suceden pantallas. Ainize Txopitea se acerca a estas disciplinas con una visión próxima al net art. En sus creaciones se manifiesta su lado de artista plástica que admira a Moebius o a Chris Cunningham. Su Experimental Poetry evidencia cómo la poesía ha entrado de lleno en un paradigma multimedia.